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¿Puedo frenar mis impulsos más viscerales?

“Cuando se exagera un sentimiento, desaparece la capacidad de razonar”.

Le Bon, Gustave (1841-1931)

La zona prefrontal de nuestro cerebro es la encargada de gestionar nuestros impulsos, adaptándolos a las normas sociales de convivencia. Las neuronas “freno” envían mensajes tranquilizadores a la inquietante amígdala, lugar donde se concentran todas nuestras emociones.

En un momento, se puede establecer una auténtica batalla en nuestro cerebro. Las emociones gritan salir al exterior y los pensamientos inhibidores intenta reprimir el área más inestable.

Y, como cualquier aspecto en la vida, en el equilibrio está la virtud. Parece ser que el fallo, en las personas excesivamente impulsivas, radica en la dificultad que presenta el lóbulo frontal para controlar el impulso.

El niño se enfrenta al mundo con una capacidad menor para regular la inhibición de sus instintos y, con ayuda de la educación, progresivamente va a prendiendo a desarrollarla. Con la evolución, del adulto se espera que haya aprendido a gestionar y autocontrolar sus emociones, pero sabemos que no siempre es así.

¿Qué puedo hacer para controlar mi ira?

Reprimir los sentimientos negativos no es el camino para lograr respuestas maduras. Esforzarnos en lograr ocultar la rabia, solo puede generar momentos inesperados de pérdida de control o gran malestar interno.

Debemos aprender a comprender ese sentimiento y canalizar nuestras frustraciones. A continuación te facilito unos ejercicios que pueden ayudarte:

  1. Cuando surge la ira déjala fluir en un lugar apropiado. Es como cuando taponamos un grifo. Lo único que podemos logar es que el agua salga con más fuerza o se concentre en las tuberías generando daños internos. Cuando la ira se expande, busca un lugar apropiado alejado del resto y deja que fluya, observándola y sin herir a nadie.
  2. Deja que pase el tiempo para poder relajarte. En el primer ejercicio, la dueña y señora de nuestros actos está siendo la amígdala, quien controla nuestros sentimientos. Los pensamientos son confusos, debemos esperar a que el organismo se relaje y el lóbulo prefrontal, el que se ocupa de reflexionar, pueda volver a adquirir protagonismo. Hasta entonces solo se siente.
  3. Entiende qué te ha originado tanta ira y benefíciate de ello. Por un lado, piensa qué y por qué esa persona o situación te ha generado tanta rabia. Sopesando los pros y contras de tu acción, dirige esa energía hacia alguna actividad positiva, como el ejercicio físico.

Debemos aprender a equilibrar la balanza entre nuestras emociones más viscerales y nuestros pensamientos más racionales, en nuestro propio beneficio. Gestionar el estrés, nerviosismo y agresividad en situaciones conflictivas nos permite lograr el control sobre nuestras vidas y la autorregulación de nuestras propias emociones. Si la agresividad interfiere en tu día a día y no eres capaz de ponerle freno, consulta gratuitamente con la opinión de un experto que mediante terapia individual te puede ayudar a recanalizarlo.

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